En el marco del segundo debate presidencial, que habrá de llevarse en Guadalajara. Radio Atlacomulco comparte con todos sus lectores, un articulo que aparece en las paginas del diario "Zócalo" de Saltillo, en el cual se narra la historia de los "4 Fantásticos" presidenciables, justo cuando eran estudiantes universitarios.
Ciudad de México.- La política en los genes.
-> EPN
La estampa pública que muestra Enrique Peña Nieto como candidato presidencial —la de un hombre riguroso, casi apergaminado; formal como una memoranda militar; vestido y peinado como para fiesta— es la misma con la que se le veía en el campus de la Universidad Panamericana, hace 28 años, cuando estudiaba la licenciatura en Derecho.
Juan Velázquez, uno de los más famosos abogados penalistas que hay en México, por los casos que ha defendido, fue maestro del joven Peña Nieto en aquella Universidad con sede principal en la Ciudad de México.
Velázquez, como la mayoría de los compañeros que Peña Nieto tuvo en la licenciatura que cursó entre agosto de 1984 y junio de 1989, sabía que la meta que se fijó en aquella época universitaria no era ser litigante ni paraba en ser únicamente servidor público, ni en solamente dedicarse a la política, sino en llegar a ser gobernador del Estado de México.
Catorce años después de haber presentado su tesis de abogado, que escribió sobre el presidencialismo mexicano y Álvaro Obregón, Enrique Peña cumplió el objetivo que se había fijado al menos seis años antes de ingresar a la Universidad, cuando estudiaba la secundaria, allá por 1978.
Cuando ingresó a la secundaria número 5 anexa a la Normal Superior de Toluca, su maestra le preguntó al jovencito Enrique Peña qué quería ser de grande, a lo que él respondió: “Quiero ser gobernador del Estado de México”.
“Yo diría que en cuarenta años le he dado clases a más de mil personas y de esas mil personas recuerdo a unas pocas, por lo bueno o por lo malo que fueron; y de esas pocas, recuerdo a Enrique”, dice a Excélsior el abogado Velázquez, defensor en estos momentos del ex presidente Luis Echeverría.
Velázquez, que fue maestro de Peña Nieto en Derecho Procesal penal, clase que comenzaba a las siete de la mañana, dijo que el hoy candidato presidencial del PRI “asistía siempre y puntualmente. Siempre muy propio, con ese aspecto que tiene hoy, muy formal; empeñado y ya desde entonces decía que más que ser litigante, le interesaba ser funcionario público. Él hablaba de llegar a ser gobernador del Estado de México”.
Es en los tiempos de universitario cuando Peña Nieto empezó a trabajar. Su primer empleo lo tuvo en la Notaría número 6 del Distrito Federal, a cargo de Fausto Rico Álvarez. En la Universidad Panamericana Rico Álvarez fue maestro de Peña de la materia de obligaciones y él fue quien lo llamó para trabajar en esa notaría, por ahí de 1987-1988.
Por esos años Peña Nieto estuvo muy metido en política. No solamente porque hacía tres años que ya era un militante más del PRI mexiquense, sino que cargaba con toda la dinámica de que el primo de su papá, Alfredo del Mazo González, era el gobernador del Estado de México, y su tío, Arturo Peña del Mazo, presidente municipal de Atlacomulco.
No obstante que en 1984, cuando llegó a la Ciudad de México procedente de Toluca para cursar la licenciatura en derecho, Peña Nieto ya era un priista con toda la barba, él no se metió ni en grillas internas de la Universidad ni en disputas por la presidencia de la sociedad de alumnos.
En cambio, con algunos de sus compañeros universitarios, el actual candidato presidencial priista compartió su filiación priista, y hasta los llegó a invitar a Toluca a algún acto partidista.
En los dos últimos años en la universidad, el activismo político de Peña Nieto fue mayor. Uno de los elementos fue que Del Mazo González —que había dejado en 1986 la gubernatura para convertirse en secretario de la desaparecida Secretaría de Energía, Minas e Industria Paraestatal (SEMIP)—, estuvo en la recta final de la disputa por la nominación presidencial por parte del PRI.
Mientras se acomodaba en una casa particular, Peña Nieto compartió en algún momento la misma casa de estudiantes en la colonia Florida del Distrito Federal con Eustaquio de Nicolás, actualmente presidente del Consejo de Administración de Homex, la empresa líder en construcción de viviendas en México.
De Nicolás estudiaba ingeniería en la Panamericana y aunque es cinco años mayor que Peña Nieto, se llevaron bien y actualmente son muy buenos amigos. El año pasado la alma mater de ambos presumió que Peña Nieto y De Nicolás fueron colocados entre los 300 líderes mexicanos, uno como gobernador del Estado de México y el otro como ejecutivo de Homex.
Juan Velázquez, quien lleva 40 años dando clases en la Panamericana, ahora únicamente a aspirantes a doctorado, contó que cuando tuvo a Peña Nieto como alumno le sorprendió “su madurez”.
“Tal cual, por decirlo de alguna manera, tal cual ahora es, era entonces. Tal cual. No es que esté igual de joven, pero su misma presencia, su mismo comportamiento y además era un alumno muy participativo, con ideas que expresa muy claramente”.
A diferencia de sus compañeros universitarios, el abogado Velázquez no sabía que su alumno Peña Nieto ya era priista, pero sí, dijo Velázquez se dio cuenta que tenía un amplio panorama.
“En cuanto a los problemas nacionales, respecto a mi clase, Enrique se expresaba con mucha elocuencia, que si los jueces, que si la administración de justicia, la policía, que si el Ministerio Público.
“No era nada más un estudiante pasivo, que llegara a la clase, que apuntara, que se durmiera y que se fuera; no, era un estudiante muy serio, muy formal, bueno, imagínese que entre los miles de estudiantes que he tenido a él lo recuerdo con toda claridad”, rememora el profesor.
-> JVM
La típica “matadita”
Era la típica “matadita”, como se decía en sus tiempos. Una auténtica nerd.
La joven Josefina Vázquez Mota ingresó a la Universidad Iberoamericana a propuesta de su padre, quien la convenció de desistir en su empeño de dedicarse a la oceanografía.
Si bien antes de cumplir los 15 años se rebeló al deseo del papá de que cursara la preparatoria en un colegio privado sólo para mujeres, cuando llegó el momento de definir el rumbo profesional prestó oídos a su consejo de que mejor tomara una carrera con proyección en la vida pública.
Aún no cumplía los 18 años cuando la candidata presidencial del PAN egresó de la Vocacional Juan de Dios Bátiz del Politécnico Nacional como técnica en computación.
El propio don Arnulfo Vázquez narra que acompañó a su hija hasta Querétaro y que, una vez cubiertos los trámites para ingresar al Tecnológico de Monterrey, ya sobre la carretera de regreso a la Ciudad de México, le sugirió reflexionar sobre otras opciones.
Josefina le hizo caso. Y optó por la licenciatura de Economía, pero también resolvió que no sería alumna de tiempo completo.
“Mis juventudes fueron padres y tranquilas”, describe.
Ingresó a trabajar al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), en las oficinas en Barranca del Muerto y después a una de sus librerías, en Zacatenco.
“Estudiaba de 7 a 9 de la mañana. Me iba a trabajar y regresaba a clases de 6 de la tarde a 10 de la noche. En medio de todo, disfrutaba mucho la Ibero que me tocó sólo unos cuantos meses de pie porque se derrumbó con el sismo de 1979”, detalla en referencia al campus ubicado en la Campestre Churubusco.
“Era padre porque todos mis hermanos estudiaban ahí y nos ayudábamos en el transporte, aunque muchas veces me iba en metro”, detalla.
No era una alumna que pasara horas en la explanada de la Universidad.
“La verdad sí era como ‘matadita’ y cuando no tenía clase de 7 me iba a la oficina, en mi segundo trabajo, en Consultores Internacionales, con Julio Millán, y despertaba al policía hasta que se quejó. Así que me iba a la cafetería y ahí me sorprendía la especialidad para jugar dominó de mis amigos, eran unos masters”.
Tenía prisa por concluir su carrera. Y casi siempre realizó el famoso Verano, es decir, el intersemestre con el que se adelantaban materias.
“Terminé con un buen reconocimiento, hice buenos amigos, casi todos de mi carrera, porque estudiar y trabajar no me daba mucha oportunidad de convivir con muchos más. Me encantaba la pluralidad de la Ibero”.
No era una alumna con actividades políticas, pero sí interesada en la coyuntura económica de entonces, dibujada por las crisis del gobierno de José López Portillo, las devaluaciones y la inflación.
Los recuerdos de la candidata sobre aquellos años muestran que paulatinamente el trabajo le fue ganando terreno a las horas en la Universidad, de modo que se las ingenió para cubrir las responsabilidades académicas a su modo. “En algunas materias programadas de 11 a 13 horas me daban permiso de ser como autodidacta y presentar mis exámenes”.
¿Qué discutían en los salones de clase de la abanderada blanquiazul? Rememora los puntos extremos de aquellos años en los que coexitieron los debates de la Escuela de Chicago, de Milton Friedman, de los keynesianos y los respectivos a los movimientos guerrilleros en América Latina.
“Me la pasé muy bien. Había muchos cocteles en la Ibero. Era la moda. Apenas fui a un par de ellos. Era la Ibero que decía adiós a la Teología de la Liberación, pero con una fuerte presencia de profesores y jesuitas muy cercanos a estos movimientos guerrilleros. Mientras, al mismo tiempo, la gran discusión sobre la economía en México era si entrábamos o no al GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio)”.
Concluida la etapa de la Ibero, Josefina salió de su casa para emprender la vida conyugal con novio Sergio Ocampo, a quien conoció en la Vocacional.
Así se cerró el capítulo universatario: “Había logrado una buena beca para el extranjero y finalmente decidí no irme y casarme: estaba realmente enamorada, diría que muy enamorada”.
Para entonces no militaba en partido alguno ni se definía políticamente afín a una ideología o corriente. Pero la marca de la formación liberal estaba hecha.
Fue, como ella misma lo reconoce, producto del azar. A media carrera, con la presión del trabajo, y las materias de estadística, macroeconomía y microeconomía, buscó redondear el semestre con una materia relativamente tranquila.
“En aquella época había las materias de integración, así que dije: ‘me voy a ayudar con una que no parezca demasiado ruda’. Revisé la lista y me encontré con El hombre y su libertad. Sonaba bien y pensé que me permitiría conseguir un buen promedio semestral.
“Y fue la mejor decisión de mi vida. Ahí me encontré a un filósofo, un hombre que cambió la vida para siempre, de quienes lo conocimos: era Miguel Manzur. Con él hice los únicos apuntes que guardo de la Ibero. Con él aprendí a valorar la causa de la libertad, la libertad de expresión, de emprender, de pensar distinto y de poder coincidir desde la diferencia”.
-> AMLO
Activismo en el campo
Andrés Manuel López Obrador, un político mexicano con casi cuarenta años de carrera, ha sostenido que el movimiento estudiantil #YoSoy132 es el relevo generacional de nuestro país.
“Me siento satisfecho porque considero que ya hay relevo generacional, en medio de toda la oscuridad hay una lucecita que nos indica que hay salida del túnel en el que nos encontramos y esa lucecita es esta manifestación de los jóvenes, eso es bueno”, afirma.
Para el oriundo de Tepetitán, Tabasco, que se afilió al PRI en 1970 cuando tenía sólo 17 años de edad, se trata de un movimiento “fresco, extraordinario y creativo que rompió con la falsa creencia de que los jóvenes en México sólo piensan en ellos y la política no les interesa”.
Cuando López Obrador era universitario, corrían los años de la efervescencia estudiantil posterior a la matanza de 1968. Fue en esos días ciando López Obrador decide, sin el conocimiento de sus padres, migrar a la Ciudad de México para estudiar en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM la licenciatura de Ciencia Política y Administración Pública.
Un acontecimiento trágico empuja al joven aficionado al beisbol y a las películas de El Santo a abandonar la casa paterna y el negocio de telas de sus padres, Manuelita Obrador y Andrés López.
La muerte de su hermano menor, José Ramón, registrada la tarde del 8 de julio de 1969, producto de un disparo en la cabeza al estar jugando con una pistola 38 súper Colt, representó para la familia un gran dolor y marcó a AMLO para toda su vida: con tan sólo 15 años de edad presenció el hecho, fue detenido y golpeado por judiciales, y al final de las investigaciones no se encontraron pruebas en su contra.
La relación con su padre, quien adoraba a José Ramón, se fracturó. En virtud de “las hostilidades”, El Peje optó por dormir en casa de sus amigos o conocidos en lugar de llegar a la casa paterna.
Meses más tarde su familia le perdió el rastro por un año hasta que se enteró que se encontraba en el Distrito Federal estudiando la universidad.
Como estudiante universitario, López Obrador no fue un alumno de dieces. De hecho abandonó la carrera en diversas ocasiones. Pese a que no era un alumno de excelencia, ya que obtuvo 7.6 de promedio general de licenciatura, tenía una gran admiración por Benito Juárez, Gandhi, Fidel Castro y al gobernador de Tabasco, Carlos Madrazo.
Al mismo tiempo, devoraba El Capital de Karl Marx y gustaba de leer al filósofo alemán Friedrich Nietzsche.
Como muchos estudiantes, reprobó matemáticas, estadística y economía, y con dificultad aprobó cursos sobre partidos políticos.
Fuera de las aulas
Sin duda, a López Obrador le gustaba más la práctica que la teoría. Derivado de su participación en movimientos como la Organización de Estudiantes Tabasqueños (OET) de corte social y el Centro de Estudios de Desarrollo de Tabasco (Cedestab), de corte político, fue que afinó su vocación como político y servidor público.
Su activismo lo acercó a Leandro Rovirosa Wade, secretario de Recursos Hidráulicos del presidente Luis Echeverría y quien se perfilaba para ser gobernador de Tabasco. Esta relación le facilitó una cercanía con el poeta Carlos Pellicer Cámara, defensor de las comunidades indígenas y quien en poco tiempo conquistó al joven universitario.
Para 1976, Pellicer alcanza la senaduría e invita a López Obrador a algunos viajes a las comunidades chontales en Tabasco. Fue entonces que López Obrador ve de cerca la pobreza de los indígenas y la discriminación hacia ellos.
Para 1977, la tragedia perseguiría una vez más al tabasqueño. Pellicer fallece a los pocos meses de haber sido electo senador. Previo a su deceso, le pide al gobernador de Tabasco un solo favor para ayudar a los indígenas de su estado: que contemplara en su gobierno a López Obrador para sacar adelante al pueblo indígena del estado.
Casi olvidada la petición, dos jóvenes activistas de la época, Humberto Mayans y Pascual Bellizia Rosique, le recordaron al recién electo gobernador la solicitud de Pellicer.
Trabajo de campo
López Obrador tenía entonces 24 años e impresionó por “su espíritu de vocación y servicio“ a Rovirosa Wade, quien por sus oficios lo pone al frente de la delegación del Instituto Nacional Indigenista en Tabasco.
También se hizo cargo de la dirección estatal de la Coordinación General del Plan nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados (Coplamar), la antesala del Programa Nacional de Solidaridad con Carlos Salinas de Gortari y de lo que hoy se conoce como Oportunidades.
La idea era aprovechar los recursos petroleros para ayudar a las comunidades más pobres del estado.
Apoyado por el director nacional del INI, Ignacio Ovalle Fernández, ambos fusionan Coplamar y la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo) junto con otros organismos estatales que tenían oficinas en el estado.
Se conformó un equipo de 30 personas para atender las necesidades más apremiantes de los chontales, cholos, tzetzales y descendientes mayas que con mucho trabajo lograban sobrevivir.
Creó otro grupo de consejeros indígenas que conocían muy bien sus comunidades y se acercó a las personas de la tercera edad para tener credibilidad y legitimidad en el cargo.
Trasladó su oficina de VIllahermosa a Nacajuca. Era una casa modesta con cocina, dos recámaras y un baño. Ya casado con Rocío Beltrán, ella cocinaba en un anafre asentado en el piso de tierra mientras que su primer hijo dormía en un catre.
Logró tierras para la comunidad y las legalizó. Creó una cooperativa de transporte, se crearon escuelas e impulsó programas de alfabetización para adultos y dio becas a los jóvenes para que no abandonaran sus estudios.
Dio créditos a la palabra. Se hacía acompañar de una bolsa con dinero y conforme platicaba con los pobres y se pactaban los compromisos “soltaba pesos”. Derivado de esta práctica, posteriormente el INI creó otro programa denominado “vacas a la palabra” que consistía en entregar una vaca a una familia y la primera cría sería entregada a otra familia para ayudarla en sus necesidades alimentarias.
Creó una radio indígena, La Voz de Los Chontales donde se transmitía música de la región, se difundían noticias y cultura.
Si las actividades laborales no le daban tiempo de regresar a su casa, se quedaba en la comunidad y dormía en un tapete o hamaca.
Este gesto lo hizo identificarse con los indígenas y los más pobres de la región.
También impulsó proyectos agrícolas. Sobre todo el conocido como camellones chontales, consistentes en superficies de tierra donde se podía sembrar y dar alimento a una familia de cinco integrantes.
-> GQDT
Basado en el libro
“Mesías mexicano”, de George W. Grayson.
“Admiraba a la URSS”
A más de uno le extrañó que la Universidad Iberoamericana fuera la cuna del movimiento estudiantil #YoSoy132, porque este tipo de causas se asocian más con instituciones públicas que con las de élite, y tal vez más raro pareció para aquellos que ignoraban el día en que Heberto Castillo, líder del 68, protagonizó un mitin en la sede de esta institución sólo unas horas después de dejar Lecumberri, donde estuvo dos años como preso político.
Fue justo ahí, en las propias aulas de la Universidad, donde Gabriel Quadri de la Torre, candidato presidencial de Nueva Alianza, cuando era veinteañero, militaba, escribía panfletos y planeaba marchas para el instituto de izquierda: Partido Mexicano de los Trabajadores.
“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, afirmaba Salvador Allende, y Gabriel Quadri, candidato presidencial de Nueva Alianza, admite la veracidad de esta frase del ex mandatario chileno: “yo era de izquierda, era un gran admirador de la Unión Soviética, por cierto”.
Así como los estudiantes ahora viven un esplendor en estas campañas políticas, porque se han convertido en agenda mediática y más de medio centenar de universidades se están uniendo para exigir, entre otras cosas, la democratización de los medios de comunicación, Gabriel Quadri durante su adolescencia creció en un contexto similar: los jóvenes lograron captar la atención de todo un país, nada más que el movimiento estudiantil del 68, en lugar de usar Twitter y Facebook para darse a conocer, salieron a las calles a informar a la ciudadanía.
“Ha surgido la nueva prensa: la prensa de los volantes, la prensa de los camiones. La radio y la televisión han sido reemplazados por los cientos y cientos de brigadas de estudiantes y maestros que han ido al diálogo abierto con el pueblo”, decía Heberto Castillo, como representante de la Coalición de Maestros de Enseñanza Media y Superior Pro Libertades Democráticas, en un mitin en el Zócalo (1968).
Luego de los mítines, vendría la represión contra los estudiantes en Tlatelolco, seguirían los encarcelamientos en Lecumberri de integrantes del movimiento del 68 y la historia de Heberto Castillo se extendería hasta crear el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), en 1974.
Un año después de que se fundó el partido político de izquierda (inspirado en el ideario de Juárez, Zapata, Villa, Flores Magón y Lázaro Cárdenas), Quadri se inscribió en la Universidad Iberoamericana para estudiar ingeniería civil.
“Heberto Castillo era ingeniero civil, igual que yo. Y tenía una relación de admiración hacia él, no sólo por sus ideales, también profesionalmente: había escrito un libro de estructuras que yo estudié (Nueva Teoría de las estructuras)”, cuenta Quadri a Excélsior, y como en los años setenta, en la misma Universidad Iberoamericana, había una célula del PMT, el hoy candidato presidencial decidió inscribirse y ser militante.
Gabriel Quadri, quien hoy se declara liberal, firmó su militancia ante el partido creyendo que luchaba contra la desigualdad del país y que ayudaría a modificar el sistema del gobierno y así “mágicamente se resolvería la situación de México”. “Para esa época, te estoy hablando de los años setenta, creíamos en eso, pero el derrumbe del socialismo, el fracaso de todos los regímenes comunistas o de izquierda del mundo, nos hizo ver que estábamos equivocamos”.
“Hacíamos reuniones en la universidad para difundir el ideal del partido. Éramos muy poquitos, éramos como diez. Mi participación era asistir a mítines, organizarlos, hacer reuniones, escribir propaganda y manifiestos; se imprimían, se repartían... lo que se hace en una política de partido a nivel universitario, así fue durante toda mi carrera”.
A más de 30 años de militar en el Partido Mexicano de los Trabajadores, la visión de izquierda quedó muy atrás y enterrada para Gabriel Quadri, y, de hecho, es una de las corrientes políticas que más critica. Cuando los periodistas le preguntaron su opinión sobre la reacción que habían tenido los estudiantes de la Universidad Ibero en contra del priista Peña Nieto, respondió: “me llena de pena y dolor”.
domingo, 10 de junio de 2012
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