(Referida por el señor Eutimio Cerón Bermúdez, habitante de San Sebastián Buenos Aires, localidad del municipio de Morelos)
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Durante la época revolucionaria, las personas solían ocultar su dinero bajo tierra, ya sea en vasijas de barro o cajitas de madera, porque temían que el ejército les arrebatara aquello que, con un esfuerzo mayúsculo, habían logrado reunir para el sustento de sus respectivas familias. Pero los dueños de ese dinero difícilmente sobrevivían a los saqueos que realizaban las tropas revolucionarias… Con el pasar de los años, en lugares yermos, muchas personas comenzaron a hallar monedas de oro y plata. Una de las afortunadas fue una mujer humilde que pastoreaba en el monte, a varios kilómetros de su hogar.
Un día, mientras apacentaba sus ovejas en el monte, la mujer descubrió, en la oquedad de un viejo tronco, un sucio jarrón de barro, sellado con un trozo de tela. Y motivada por una intensa curiosidad, lo abrió, esperando hallar dentro alguna cosa de valor. No obstante, únicamente había carbón. Con todo, ella decidió llevar el jarrón a su casa, para mostrarlo a sus padres. Tendió su rebozo en el suelo y colocó el jarrón en él, junto con todas aquellas cosas que solía llevar consigo todos los días. Y así, llevando todo a cuestas, comenzó a sentir que el peso amentaba considerablemente, así que decidió regresar a su casa más temprano que de costumbre.
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Cuando finalmente llegó, y después encerrar las ovejas en el corral, tendió apresuradamente el rebozo sobre un petate que se hallaba en la cocina, sitio donde sus padres alimentaban el fuego con ramas secas a causa del frío. Para sorpresa de la familia, el jarrón rebosaba de grandes monedas doradas. ¡Aquello que en un principio era simple carbón, se había convertido en deslumbrantes monedas de oro!
Publicado por: Zaideth Tiburcio Irineo@radioatlacomulc
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